martes, 27 de mayo de 2008

LOS CLÁSICOS DE BARRACHINA

Érase una vez un lugar donde tenían cabida todos los libros del mundo. Un lugar donde entraba poca luz y olía a papel viejo y amarillento. Un lugar al que debías entrar sin buscar nada para ser capaz de encontrar un tesoro. Yo encontré algunos, menos de los que hubiera deseado, quizás. Siempre me paraba a ver los discos y libros que Barrachina colocaba en la puerta de su quiosco, pero contadas veces entré dentro a perderme entre sus estanterías. Así que, quizás, se podría decir que los tesoros se aparecían a mi paso, como colocados estratégicamente para ser rescatados entre un manual de autoayuda y aquel libro de Bill Cosby.
El otro día, el quiosco de Barrachina estaba abierto otra vez. Otra, y por última, vez. Entonces, quizás por ese poder que tiene el tiempo, y más que el tiempo la cuenta atrás, los tesoros parecían estar menos escondidos –digo menos, sólo menos escondidos-, o es que quizás nosotras andábamos un poco con el olfato más fino. Y aparecieron Moby Dick con Robin Hood y Dick Turpin. Jane Austen, Dickens y un Saint-Exupéry con su Vuelo Nocturno que casi hace que se me salten las lágrimas al pensar que también iba a encontrar a mi Principito entre las estanterías de Barrachina.
Toda una selección de Dick Tracy para Neleta, un clásico de Shakespeare, un tratado de comunismo de Carrillo y un Catón Moderno de 1948, que viene a ser el libro de texto con el que los niños de aquella época aprendían a leer, entre otras cosas.
Y algunos más. Pequeños tesoros.
Mis tesoros, joyitas a euro.
Y esta vez, sí que sí, los últimos libros del quiosco Barrachina.


Fotos: De expedición con Neleta.
Quiosco Barrachina, 24 de mayo de 2008.