Viajas.
Y aprendes y conoces.
Y aprendes cómo empezar a conocer.
A mí lo que más me gusta de viajar es hablar con la gente, que viene a ser lo que más me gusta también cuando no estoy viajando. Ese intercambio de preguntas sobre los respectivos lugares de procedencia. Música, costumbres, historia, idioma. Y las que vienen a ser a título personal. ¿Qué haces?, ¿Por dónde te mueves?, ¿Qué sueñas?, ¿Qué libro estás leyendo?, ¿Sabes qué película vi ayer?
Hacerte un hueco, ser parte del lugar en el que estás, sea por el tiempo que sea. Y quedarte con las ganas, claro. Porque si te quedas con las ganas de más siempre estará la posibilidad de volver y seguir mezclándote.
Yo he tenido mucha suerte, porque allá donde he ido siempre me he quedado con la ganas. Y porque durante el tiempo que estuve de viaje, o de pasada, o me quedé un ratito, iba caminando con los ojos y los oídos bien abiertos, para no perderme nada. Aunque eso, por otro lado, se traduce también en tener un pie en cada puerto y en lo difícil que es sobrellevarlo cuando existen muchos puertos y sólo tienes dos pies. Aquel corazón hecho de pedazos del que ya hablamos una vez.
A mí lo que más me gusta de viajar es hablar con la gente, que viene a ser lo que más me gusta también cuando no estoy viajando. Ese intercambio de preguntas sobre los respectivos lugares de procedencia. Música, costumbres, historia, idioma. Y las que vienen a ser a título personal. ¿Qué haces?, ¿Por dónde te mueves?, ¿Qué sueñas?, ¿Qué libro estás leyendo?, ¿Sabes qué película vi ayer?
Hacerte un hueco, ser parte del lugar en el que estás, sea por el tiempo que sea. Y quedarte con las ganas, claro. Porque si te quedas con las ganas de más siempre estará la posibilidad de volver y seguir mezclándote.
Yo he tenido mucha suerte, porque allá donde he ido siempre me he quedado con la ganas. Y porque durante el tiempo que estuve de viaje, o de pasada, o me quedé un ratito, iba caminando con los ojos y los oídos bien abiertos, para no perderme nada. Aunque eso, por otro lado, se traduce también en tener un pie en cada puerto y en lo difícil que es sobrellevarlo cuando existen muchos puertos y sólo tienes dos pies. Aquel corazón hecho de pedazos del que ya hablamos una vez.
En Kristinehamn las casas son de colores. No, Andreas, en Castellón las casas no son de colores como en los pueblitos mexicanos. Y aunque el termómetro marca menos algunos grados, te abrigas bien y el frío no se te mete en los huesos. Es una ciudad tranquila que vive a orillas del Vänern, el lago más grande de Suecia. Una ciudad ideal para sentarte a tomar té o abrir un vinito en casa y que por las mañanas suena a Andreas moliendo café para el desayuno. ¿Quieres knäckebröd?
Fotos:
En Estocolmo aprendimos a bailar polska y dormimos en un barco en el río Mälaren. Aprendimos a bailar y a seguir conociéndonos en bares que huelen a canela y en concurridas calles de casco viejo de las que tratábamos de huir, porque aunque íbamos de turistas, tampoco queríamos irlo tanto. Y abrimos el Zubrowka en casa de Johan y nos arrancamos con la guitarra y un bajo y dos cucharas. Y por unos momentos te dices a ti misma: Yo me quedo.
Pero no, no me quedé.
Aunque volveré pronto. Que en Myrorna, Las Hormigas, una tienda de segunda mano de Karlstad encontré mi Lille Prinsen por 15 coronas. Pero me faltó encontrar otro.
Pero no, no me quedé.
Aunque volveré pronto. Que en Myrorna, Las Hormigas, una tienda de segunda mano de Karlstad encontré mi Lille Prinsen por 15 coronas. Pero me faltó encontrar otro.
Fotos:
- Atardecer en el lago Vänern.
- Una calle cualquiera de Stockholm.