Parece que voy sentada en el autobús de vuelta a casa, pero en realidad, donde realmente estoy es en uno de esos coches viejos de color ocre y chapa oxidada. Suena música y yo canto más que fuerte.
Girl, you really got me goin’
You got me so I dont know what I’m doin’
Sentada del lado del copiloto, claro. Con las sandalias en el suelo y los pies en el salpicadero. Al solecito. Y empiezo a cantar más fuerte si cabe, porque al bajar la ventanilla no me oigo.
Yeah, you really got me now
You got me so I can’t sleep at night
Y voy dejando atrás señales que me indican, por una vez, que estoy a tantos kilómetros del lugar exacto al que quiero llegar. Y el viento me despeina, pero no me importa porque hace tiempo que dejaron de importarme las cosas que no importan.
You really got me
You really got me
You really got me
Así que miento si digo que hoy viajo en autobús, pues no hago más que pasear por lugares de esos que parece que sólo existen en los libros. Y voy inventando maneras, trazando rutas, ideando planes, de dar la vuelta al mundo en ochocientos ochenta y ocho días, parando aquí y allá, haciendo esto y aquello. Con poco equipaje para dejar espacio en el maletero para dos copias de cada Principito que encuentre a mi paso, y en cada lugar, una postal escrita junto a un café con leche para que mi prima siga coleccionándome.
See, don’t ever set me free
I always wanna be by your side
Girl, you really got me now
You got me so I can’t sleep at night…
Despeinada y sin zapatos, siguiendo el ritmo con los pies. Con calma, buena música y mejor compañía.
Suena: You really got me. The Kinks, 1964